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La Ciudad
PEQUEÑAS
HISTORIAS DE ESTAFADORES
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¿Conoce
Ud. alguna otra historia de pequeños estafadores
que hayan vivido o pasado por nuestra ciudad?
Si conoce más datos de estas historias u otras que no sean
conocidas,
escribanos a: info@oalavarria.com
Espejismos de pueblo
Cuando el pueblo era algo menos
cosmopolita que ahora, quizás no muy atrás en el
tiempo, cada tanto pasaban episodios que hoy llamaríamos
"bizarros". Historias de buscavidas, pequeños
timadores que pasaban y trataban de hacerse, no la América
sino de vivir
simplemente unos días de cuentos del tío que hoy
suenan increíblemente inocentes, y calaban en gente aburrida
con deseos de algo distinto, sueños de escapar a la monotonía
del pueblo chico con un roce de contingencias aquí donde
nunca pasa nada... Vamos a hacer en estas líneas un racconto
de episodios que han sucedido, más allá que la memoria
los confunda, trastoque los tiempos, los protagonistas, lugares,
nombres, caras... más de uno en realidad querrá
esconderse porque en un tiempo que desea olvidar, cayó
en alguno de estos buzones.
El primer caso sucedió en
1963 y parece un episodio de los X-Files. Está en los diarios
de la época: un incendio en un campo, y de entre el humo,
sale un hombre chamuscado vestido con un buzo azul y los pantalones
quemados hasta las rodillas. Se presenta como el
Comandante Palacio, de la Fuerza Aérea Argentina, quien
probando el avión experimental ZX23 debió eyectarse
para sobrevivir a la caída de su nave secreta. Lo alojan,
lo atienden a cuerpo de rey, le convidan coñac y cigarros.
El llama a su comando de la Fuerza Aérea y pide que lo
vengan a buscar 12 hombres con equipos de radio, quienes además
recogerán los restos de su nave de donde cayera. Pero los
días se alargan, y alguno de los que al
principio lo rodean y escuchan sus hazañas al final desconfía,
y averigua que no existe misión, no existe nave secreta,
no existe comandante, sino un tal Aaron Segura, fanático
de los aviones aunque jamás subió a uno... y el
timador debe responder a cargos por vagancia y estafas que tenía
pendientes con la policía riojana, por los que apenas zafa
de una paliza que le quiere cobrar la hospitalidad convertida
en bronca de los engañados.
En 1983, aparece en el diario de
la ciudad un aviso en el que se buscan ingenieros. Algunos flamantes
profesionales o estudiantes avanzados visitan el Hotel donde se
hospeda, quien dice ser el Ingeniero Villariño, de una
empresa radicada en Río Grande, quien promete fantásticos
trabajos para todos. Al mismo tiempo el hombre visita algunas
inmobiliarias locales buscando oportunidades de negocios, y habla,
habla mucho. Al final, alguien hace el gasto y
llama a la empresa que figura en las tarjetas que reparte a diestra
y siniestra. Lo conocen sí, pero no es ingeniero. Estaba
en seguridad hasta que lo echaron por mitómano. Más
tarde alguien lo reconoce en una de esas revistas que comienzan
a destapar las miserias de la
dictadura, y si, es él. Está en tapa con un título
que cita: "yo secuestre, torturé y mate en la ESMA"
y muestra a un ex - cabo de frondosos bigotes, con el siniestro
edificio a sus espaldas. El supuesto ingeniero desaparece sin
pagar ni el hotel, y al tiempo sale en los diarios que lo capturaron
en otro pueblo tras persecución y vuelco, luego de intentar
repetir el cuento.
En 1985 con el renacimiento democrático
comienza "el pueblo va a su plaza" y allí se
presenta un incipiente grupo de escritores, jóvenes y no
tanto, deseosos de decir a través de las letras lo que
tanto tiempo se ha callado. Allí aparece un personaje extraño
pero
encantador, al que llamaremos "Alfredo". Su carisma
seduce a todos. A cada uno le descubre secretos y misterios, le
da vuelta la vida. Los integrantes de este novel grupo van en
procesión a visitarlo al hotel donde se aloja, hasta que
un día el gurú ha desaparecido.
Sin pagar el hotel. Algunos de los acólitos manifiestan
también haberle acercado algunos pequeños dineros
que el les solicitó como al pasar... Con el paso de los
días, alguien encuentra un teléfono anotado y llama.
Resulta ser la madre de un pastor evangelista que
había sido relevado de sus funciones por un surmenage emocional.
Y había salido de viaje y estaba desaparecido desde hacía
algún tiempo, pero que cada tanto alguien llamaba y contaba
por donde andaba...
Por el pueblo cada tanto pasa gente
rara. Y a muchos, si caen simpáticos se los trata bien.
Los más recurrentes son aquellos que dan la vuelta al mundo
en bicicleta, y en cada parada del camino en esa época
en que el país tenía grandeza en los hombres pequeños,
nunca faltaba comida y cama calientes para el recorredor. A cambio,
se esperaban sus historias, anécdotas y que se llevara
el recuerdo de nosotros, el pueblo más hospitalario de
su viaje.
Un poco como el corredor que atravesaba la Nación, protagonizado
por Tom Hanks en la película "Forrest Gump".
Que pasen por el pueblo, pero que pasen. Si se quedan serán
sospechosos, más si el nuestro no es un lugar acostumbrado
a los viajeros, no es lugar
turístico ni villa de la costa que acostumbre a sus habitantes
a los extraños. En algún momento de los ochenta,
cuando la estructura de partidos comenzaba a rehacerse, nuevas
propuestas aparecían. Entre ellas, la implementación
en tanto partido de las ideas de un tal
Martínez Cobo, más conocido como Silo. El partido
existió y existe, identificado con el color naranja y el
símbolo de la cinta de Moebius. Aquí tuvieron una
casa y un grupo de gente que se reunía a estudiar esos
textos filosóficos que daban fundamento a la doctrina del
partido. De qué vivían sus líderes? Bueno,
esas ideas innovadoras habían prendido entre profesionales
jóvenes, pequeños comerciantes progresistas. Gente
que buscaba una forma diferente de hacer política y que
apoyaba al partido, o sea a esos "cuadros" que
funcionaban como una especie de Sai Baba de pueblo chico. Comieron
y bebieron hasta que se terminó la fiesta y después
volaron al sur del sur usando los pasajes gratis del partido.
Tiempo después, acunada
en el éxito de la muestra de cine "Lucas Demare"
que tras cuatro ediciones había popularizado el cine en
la ciudad al punto que había varios aficionados que filmaban
en Super 8, se instala una escuela de cine en nuestra ciudad.
Funcionaba en un local de la calle Belgrano. En realidad, si algún
fanático del séptimo arte visitó la academia,
se sorprendió de que no hubiera cámaras u otro equipamiento
o saber relacionado con el lenguaje cinematográfico, y
si interminables sesiones en las que los anotados en la escuela,
en su mayoría adolescentes de familias acomodadas eran,
más que capacitados para filmar, entrenados para enfrentar
airosamente las cámaras, con la promesa de ser estrellas.
La
aventura terminó cuando el grupo completo de estudiantes
fue llevado a Mendoza en comitiva para filmar un comercial con
la promesa de ser vistos por cazadores de talentos, quizás
era la prehistoria de los reality shows que seleccionan para la
fama. El sueño duró poco, pues los docentes les
abandonaron en un hotel serrano, con la cuenta impaga que tuvieron
que pagar sus padres, bajo la amenaza de meter a todos los chicos
en cana...
Academias truchas, aunque de informática, también
hubo en Sierras Bayas, donde un pretendido Ingeniero en sistemas
armó un Instituto de Informática en la que hablaba
de bueyes perdidos, estirando las clases en la espera de computadoras,
para desaparecer una noche con las cuotas cobradas por adelantado.
La experiencia cinematográfica
sería continuada en 1993 por los ensayos que una escritora
local devenida directora de cine hacía en el edificio Cereseto
con un grupo de adolescentes a los que había convocado
por la ciudad con la promesa de aparecer en su film. La
imposible película basada en su propio libro trataría
sobre el narcotráfico, y el "equipo" prometió
papeles protagónicos para media ciudad, mientras ensayaba
haciéndose casi atropellar por un fitito que debía
esquivarlos y chocar contra una pila de cajas de cartón
vacías... Los chicos querían ser famosos, y defendían
con vehemencia a su directora ante quien quisiera descorrerles
la venda de los ojos. Con el correr del tiempo, la cosa se fue
diluyendo y hoy, ya no tan jóvenes, esconden esta marca
de su pasado.
Crédulos nunca faltan. Periódicamente
han visitado los comercios de la ciudad enrosca serpientes que,
representando distinciones tales como "el Cóndor de
Oro" o "la Brand Meter Association" producían
un ágape que premiaría a los mejores comercios de
la ciudad, en los
que, casualmente todos los que anunciaran obtendrían alguna
mención. A los felices participantes les quedaría
una linda calcomanía en su negocio, una medalla y una costosa
cena, amén de algún cheque menos en su chequera
por gastos de publicidad...
Casos similares se han dado con
pretendidas elecciones de Miss Argentina, en las que una veterana
modelo de fama nacional, con las chapas medio caídas, ha
aparecido por la ciudad para organizar el capítulo local
de la elección de Miss Argentina. Convocatorias,
desfiles, publicidad, Quizás, entremedio, algún
productor del evento probó la mejor carne fresca de la
zona, en el doble engaño de quien sabía que todos
necesitamos ser engañados para seguir viviendo. Yo te prometo
esto y te pido lo que me puedas dar... La selección pudo
haber sido en la amplia confitería del mayor hotel o en
algún restaurante, y en alguna ocasión luego de
la cena que coronaba la ceremonia los organizadores desaparecieron
con la recaudación, el fondo de publicidad y especialmente
con la ropa que los mejores negocios de ropa habían prestado
para la ceremonia apretados por los organizadores ante la zanahoria
de la publicidad que recibirían de parte del acontecimiento
y la promoción que les daría vestir a la quizás
futura más linda mujer del país. Y en alguna otra
ocasión el cuento se vistió de academia de modelos,
donde apuradas sesiones les enseñaron a chicas confiadas
en su cuerpo, a caminar, vestirse, y maquillarse para matar en
una pasarela. Todo terminaba siempre con una cena en la que, se
prometía, vendrían buscadores de talentos de la
Capital para verlas desfilar concursando por el mejor puesto...
y las tarjetas eran vendidas por los aspirantes a amigos y familiares,
pero el día tan esperado estaba sólo ellos mismos
para
mirarse las caras y acunar un sueño que esa noche, se preveía
tan lejano como un sueño inalcanzable. Una de las participantes
es hoy reconocida pediatra, alguna otra viajó a la Capital
pero no se bancó la lucha y hoy forma parte de la burguesía
local como acomodada
esposa de un pequeño empresario.
Ese mito vuelve de maneras diversas.
La última versión es un premio a programas de radio
o TV que recorre a los pueblos de la provincia. Todo empieza con
un aviso en el diario local en el que se incita a participar a
los hacedores de programas con su producción. Para ello
deben enviar un demo a una determinada dirección. Pasado
un tiempo reciben una carta en la que les avisan que su programa
ha merecido alguna de las distinciones en competencia.
Y que se lo entregarán en una gran fiesta a realizar en
Mar del Plata. Esa cena tiene una tarjeta de valor alto, pero
bueno, quién se va a fijar en gastos ante tanta alegría.
Algún conductor avispado advertirá al concurrir
a la fiesta que todos los programas presentados han ganado premios.
El organizador quizás no esté estafando a nadie:
Cambia un trofeo y un certificado que el realizador exhibirá
con orgullo en su living u oficina y que le servirá para
posicionarse en el medio o negociar publicidades, por un banquete
caro y quizás algún arancel de inscripción.
Y todos contentos...
Otros han andado por los pueblos
organizando cenas en las que se rifaban varios autos, o círculos
cerrados del tipo 1000x60, que sorteaban productos que nunca aparecían,
pero esas son fábulas más complejas. Son todas historias
pequeñas, sórdidas, de miserias
humanas en las que uno se imagina a sus personajes como los que
componía el negro Olmedo. No todos son penalmente responsables
por lo que hacen. Quizás, de un lado u otro, estafadores
o estafados, buscan simplemente un instante de atención,
de gloria, de efímero reconocimiento por parte de alguien.
Son un poco como ese personaje
de la película de Tornatore que recorría los pueblos
de la Sicilia profunda filmando rostros con la promesa de llevarlos
a Cinecitta y de allí a la fama.
Pero la cámara no tenía película y el ojo
que repetía la mentira pueblo a pueblo al final cae preso
de su propia trampa. La inocencia, la ingenuidad han retrocedido
paso a paso arrinconando a un provincialismo irremediablemente
muerto hoy por un horizonte de
comunicaciones que llega hasta el último pueblo.
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